26 julio, 2024

Es la gran amenaza. Un polvo blanco y barato, 50 veces más poderoso que la heroína, que mata cada año a más de 70.000 personas en Estados Unidos e incontables en el resto de América. Culiacán, capital de Sinaloa, y Filadelfia, postal y símbolo de la mayor crisis de drogas de la historia de Estados Unidos, son dos de las estaciones del viaje de una dosis de fentanilo. Más de 18.000 kilómetros separan la aguja de Daniel de los laboratorios chinos de Wuhan, en los que se fabrican los precursores químicos necesarios para sintetizar la droga. El fentanilo, que se inyecta, se fuma o se toma en píldoras es responsable de las dos terceras partes de las 107.888 muertes por sobredosis registradas en Estados Unidos en 2022, un récord histórico. Son unas 295 al día, como si cada mañana se estrellara un avión de los grandes en el aeropuerto de Nueva York.

Con el objetivo de descifrar todas las aristas de un problema global, EL PAÍS ha seguido el rastro a través de ocho ciudades, tres países y dos continentes al asesino en serie más eficaz de los adultos estadounidenses de entre 18 y 49 años, a los que mata más que los accidentes de tráfico y las armas de fuego. Es un viaje con paradas en los tugurios donde el narco cocina el fentanilo y en los puertos del Pacífico, corroídos por la corrupción. Por la maquinaria de propaganda de Pekín y por los despachos de Washington en los que trabajan los estrategas de una guerra de momento perdida. Se cuela por la frontera con México, en la que en 2022 las autoridades se incautaron 370 millones de dosis letales, más que suficientes para matar a toda la población de la primera potencia mundial, y sube por las carreteras por las que los camiones lo llevan, escondido entre botes de frijoles, hasta las malas calles de Filadelfia o San Francisco, las dos ciudades que encabezan los ránkings de muertes por fentanilo en el mundo.