20 mayo, 2025

FRANCISCO ¡¡¡

El siguiente es un artículo publicado en Panamá Revista (panamarevista.com)

El siguiente es un artículo publicado en Panamá Revista (panamarevista.com), sitio en la web, hecho por periodistas, comunicadores, analistas y ciudadanos de Argentina, que puede calificarse de primer nivel.

La nota lleva un título simple y contundente: Francisco…sin demasiadas vueltas, alharacas o tránsito por el valor intelectual ó el nivel de conocimientos de los intríngulis de la Iglesia Católica, Apostólica y Romana, la política en general. Cala hondo en el Alma. Vale, creemos, recomendar leerla y de ser necesario, se relea:

La firma Martín Rodríguez, con virtudes y defectos, eximio analista de la realidad.

“Vengan santos milagrosos, vengan todos en mi ayuda, que la lengua se me añuda y se me turba la vista; pido a mi Dios que me asista en una ocasión tan ruda” (Martín Fierro)

Ernesto Cardenal decía que todo rostro humano es un rostro velado (“es el velo de Aquel que no podemos ver cara a cara sin morir”). Miremos la cara de Francisco. Toda cara con su aura, su llamado a ser algo familiar, su prototipo. La cara de Francisco. Flaco, pero con papada, nariz puntiaguda y apenas quebrada, detrás, una voz grave con cierta disfonía, que preferúa casi siempre el susurro. Una cara italiana, una cara rioplatense. Para quienes vivimos la vida en la ciudad de Buenos Aires, Bergoglio tenía el pysique du rol de una porteñidad casi extinguida. Hombre de portafolio negro y línea A, pelo canoso, aunque casi pelado, anteojos grandes. Una cara como miles de caras. Personalmente, y no tengo una foto con él, sí llevo el recuerdo de encuentros casuales. Una vez, sobre todo, que lo vi cruzar la plaza de mayo. Era Bergoglio, en ese entonces. El kirchnerismo lo creía “jefe de la oposición”. El macrismo, su confesor.

Como un misterio cruzaba la ciudad ese hombre. Sobrio como un profesor de Historia de un colegio nocturno, sobrio como un profesor de teología, sobrio como un hombre que se hizo adulto en los años cincuenta. De pantalones cortos a adulto. Esa clase de personas del siglo 20 que no conocieron su “juventud” porque no estaba inventada. Faltaba una década. ¿A cuántos hombres así vimos en subtes, en colectivos, entrando a un banco o una oficina por avenida de Mayo? Las caras de las personas que cruzamos son los primeros borradores de una ficción en la que invertimos “la carga de la prueba sociológica”: imaginamos vidas en las que imaginamos la ficción de nuestra ciudad. Y la ciudad es una trampa: en la cara más gris, el hombre más excepcional. Buenos Aires y el barrio de flores y los jesuitas argentinos (ni más ni menos) fueron capaces de conjurar al argentino universal.

Sus ideas eran más profundas y tradicionales que la moda de una época. Y lo que vino a revelar Francisco ya está dentro de cada uno. Hay que caminarlo 

Peronista bajo el manto de la discreción, al límite de desmentirlo como hizo con Jorge Fontevecchia. Amigo de Borges, amigo de la literatura, porque para Francisco no habría cura sin olor a oveja, pero tampoco sin Dostoyevski. Cuando él nombraba la “periferia”, también nombraba, agregaba, “periferias existenciales”. Con un par de zapatos negros bien atados tenés todo el camino por delante. Así lo tuvo él. Lo enseñó él. Ir hacia tu propio borde. Por eso no les temió a las periferias personales. ¿Quién soy yo para juzgar? Contrario a cualquier impostación, orar, decía Carlos Mugica, “es dejarse mirar por Dios”. El cristianismo, que re-liga, que coloca al “otro” en el centro de mi problema, es imposible sin conocerse a sí mismo. Bergoglio pudo ser Francisco: se conocía a sí mismo. Pero su “juego político” consistió en no dejarse conocer del todo. Como pensaba Chesterton al catolicismo (siempre será la nueva religión), para cargar las pesadas piedras de la iglesia romana y convertir en novedad lo escrito en esas piedras hay que hacer de “uno” un juego de sombras chinescas: el misterio propio. Bergoglio pudo ser Francisco porque nadie nunca supo del todo quién era Jorge. Y todos los intentos “biográficos” sobre él resultaron siempre un poco extremados, para bien o para mal. ¿Cómplice de una dictadura? No. ¿Héroe? Una lista de salvados componía la acción silenciosa de alguien sin aspiración a héroe. “El otro me soñó, pero no me soñó rigurosamente”, escribió Borges. En un mundo que lustra símbolos ansiosamente a la espera que, como la lámpara de Aladino, desencadenen el acontecimiento, Francisco fue un acontecimiento mucho antes de ser símbolo. Y para muestra bastaron las “reacciones” políticas que rodearon su llegada al poder. Los kirchneristas que creían que era una Juan Pablo II, otro “polaco” que venía a romper por dentro los restos del populismo latinoamericano del siglo 21 (que ya agonizaba) y los que lo creían una promesa justamente para eso. Sus ideas eran más profundas y tradicionales que la moda de una época. Y lo que vino a revelar Francisco ya está dentro de cada uno. Hay que caminarlo.

Sin embargo, su llegada al poder, la de alguien tan supuestamente “conocido” por la política y con ese gusto argentino (olor a pizza, café, asado y mate) tuvieron en esa familiaridad algo de lo que acá se intuye mucho: el vacío del poder. Maradona dejando plantado a Putin. Porque en Argentina finalmente todos sabemos (o hacemos) lo que nos enseñó Guillermo O’Donnell. “¿Y a mí qué mierda me importa?” Y al Papa le tocó este tiempo de toma del Capitolio, del big bang contemporáneo de “la teoría de los seis grados de separación” pero achicada, achicadísima, el mundo entero parece decir a mí qué mierda me importa en el ensueño vidrioso de una internet democratizadora. Una era en la que vamos a añorar tener “15 minutos de anonimato”. Francisco fue la mejor versión de este agujero contemporáneo cuando abrió la ventana en Santa Marta y dejó que entre el sol, porque pareció decir en su primer paseo en el Papa Móvil por Plaza San Pedro: acá no hay nada, no hay nada sin otros, sin pobres, sin conflicto, sin lío, sin distintos y sin puentes. No sé si hay más creyentes ahora que antes, no sé si hay más seminaristas, pero sí se puede ver que las puertas de la mayoría de las iglesias quedaron más abiertas. Y se abrieron desde adentro. Europa lo tuvo abriéndolas en plena crisis migratoria, en el corazón de Lampedusa, sentado ahí Francisco y su terquedad cristiana.

Todos sus “pecados geopolíticos”, es decir, sus especulaciones y vacilaciones en un mundo de sangre, también nacieron sobre una hipótesis sincera de guerras tercerizadas, de hilos ocultos, de lógicas inasibles. Lo explicó la periodista Claudia Peiró en este repaso por sus doce años: “Cuando Francisco dice que ya está transcurriendo la Tercera Guerra Mundial aunque a pedazos, no quiere decir que muchas ‘pequeñas’ guerras sumadas hacen una grande, sino que los poderosos del mundo llevan su lucha por la hegemonía a terceros escenarios”.

Acá en Argentina, en esta larga década de grieta estúpida, se crearon dos peregrinaciones entre políticos, muchos de ellos, famélicos por tener o compartir -en un solo gesto- un “norte moral”. Las visitas al Papa Francisco a Roma y las visitas a Pepe Mujica a su chacra. Cruzando el océano o cruzando el charco, según el presupuesto. Pero para un resultado que casi siempre fue un relojito: que no haya el más mínimo contagio. Porque visitarlos no pareció consistir en dejar de robar (tal la valoración moral que exaltan del uruguayo), ni que la unidad fuera superior al conflicto o la realidad superior a la idea como señalan dos de los cuatro mandamientos filosóficos de Francisco. Sólo querían un día solemne para sus 364 días de riña personal. En esos dos cuerpos (Francisco y Mujica, viejos bueyes del sur) quedaron ciertas reservas del siglo 20, y así lo hicieron notar las filas de políticos argentinos en lenta peregrinación.

El poeta peruano César Vallejo para hablar de la esperanza decía que no sufría su dolor “como católico, como mahometano ni como ateo”. “Hoy sufro solamente. Si no me llamase César Vallejo, también sufriría este mismo dolor.” Vallejo nombra con su poesía, y en sincronía, lo impersonal que nombra Simone Weil con su filosofía. El ahogo egocéntrico de que todo lo personal es político tendrá siempre su camino contrario: el despojamiento, penetrar y salirse de uno mismo. Y el dolor por Francisco es una oportunidad. Del yo quiero una foto con el Papa al dolor sin nombre.   

No sé si hay más creyentes ahora que antes, no sé si hay más seminaristas, pero sí se puede ver que las puertas de la mayoría de las iglesias quedaron más abiertas 

Al Papa no le importaba desmarcarse. Cuando los giros del mundo lo hicieron posar casi como la figura espiritual del “wokismo”, nada de eso lo desesperó. ¿Por qué? Por una seguridad interior. El apego a los principios cristianos, a la paciencia de los valores, al bien y al don del diálogo (dicho y practicado) y una forma en Francisco que hizo de la fe no una nueva “identidad” en “la fe de un converso” desesperado por mudar de piel: humildad, silencio, sobriedad, intimidad con la cruz, oración. Insistamos en una época en que si rezo, y no lo instagrameo, ¿hay Dios? Dice Simone: “elevarse sobre lo personal para penetrar en lo impersonal”. Lo sagrado está en lo impersonal. Tu conversión no será televisada. 

Vuelvo a Cardenal, cuando dice que “en el interior de cada ser humano hay un tálamo nupcial”. En donde ponía el ojo San Ignacio de Loyola: “el paisaje de adentro”. Estamos atados a Dios. Y la defensa de la dignidad humana, lo ha dicho, encuentra en el cristianismo su argumento más profundo. “¿Quién soy yo para juzgar?” fue su gran pregunta, ¿la recuerdan? Ahí, en el avión, dicha literalmente en el cielo, y en eso se ensaya su legado. ¿Lo sabría? ¿La pensó antes? ¿Quién soy yo? ¿Quién era Francisco, quién era Bergoglio? (¿Quién sos vos?) ¿Qué podía y qué estaba en condiciones de juzgar? Una nostalgia, una flor marchita en esa pregunta que, al hacerla, abría su “programa” de reformas bajo esa forma: un vacío latente que ofrecía la duda, que ponía a temblarse a él mismo primero, para que tiemble todo lo demás. ¿Decir quién soy yo es decir que uno es uno más? La participación del Papa en la era del vacío de poder era la única invitación sincera a regenerarlo. Obispo de Roma, primus inter pares, laudatista. La ternura fue su tema, José fue de sus santos. ¿El favorito? José, padre adoptivo, protector de obreros. La carta encíclica al Padre en la ternura reabsorbe a todo Francisco. La historia de la salvación. Escuchar nuestros sueños. Un Papa que sin pudor también se puso a cantar con la tierra, con los animales, con los árboles, con todas las criaturas que sufren en la noche este salto al vacío. En la casa común. ¿Y alcanzó este tiempo para llevar su teología del pueblo y de la cultura a cada rincón, alcanzó este largo camino para reencontrar a cada pueblo con sus propias raíces? Leamos siempre a Rafael Tello, a Rodolfo Kusch, a Justino O’Farrell y verán. Sigamos a Gustavo Carrara y la curia que dejó y veremos en qué consiste su Iglesia concreta. Y los que vengan a manchar este sufrimiento hoy, que lo sepan: no se puede manchar lo que los pueblos lloran.

Hasta siempre, padre mayor.