La Justicia pampeana consideró que la caza con jauría, del jabalí, está permitida
Los jueces no se metieron con la cuestión del maltrato animal, sino que analizaron si el decreto que reglamenta la caza con jauría es constitucional y concluyeron que sí porque la ley habilita esa modalidad de caza
El Superior Tribunal de Justicia de La Pampa declaró inadmisible el recurso extraordinario federal interpuesto por la defensora Ana Carolina Díaz contra el fallo que declaró constitucional el decreto que reglamenta la caza con jauría del jabalí en la provincia.
Los jueces no se metieron con la cuestión del maltrato animal, sino que analizaron si el decreto que reglamenta la caza con jauría es constitucional y concluyeron que sí porque la ley habilita esa modalidad de caza.
Se determinó, en la respuesta brindada por el STJ, que los jueces no pueden interferir en el ejercicio de facultades privativas de otros poderes con arreglo a lo prescripto por la Constitución Nacional.
La Justicia pampeana considera que «la discusión propuesta por la actora no puede darse en el ámbito judicial, en tanto esa labor le pertenece al Poder Legislativo», agregando que «la solución se presenta respetuosa del principio de separación de poderes y de los límites constitucionales y legales sobre la competencia de los tribunales».
Caza mayor con jauría es el nombre técnico que se le da a la caza del jabalí con perros.
En la Argentina es una práctica mucho más extendida y mucho más frecuente de lo que la ley habilita. Consiste en internarse en el medio de la noche en un campo vastísimo y desolado con cuatro dogos argentinos de combate y un cuchillo de veinticinco centímetros de filo, caminar toda la noche, atravesar zonas pantanosas con agua hasta la cintura, ser silencioso y saber escuchar los ruidos lejanos que trae el viento. Tiene algo de marcial y algo ritual. Y finaliza en una mezcla pastosa de transpiración, barro y sangre en el momento en que el rematador logra montar al chancho y hundirle la hoja hasta el corazón, con una sola estocada precisa por detrás de la pata delantera y a través de las costillas. La caza empieza a las diez u once de la noche y termina cuando clarea, ocho o diez horas después.
Un cazador sale en general acompañado por una o dos personas más y sus perros. Apenas caminado un poco el terreno, larga los dos dogos más experimentados. A esos se los llama «punteros». Los punteros corren en la dirección que les indica el olfato y se pierden rápido de vista entre el pasto alto. Entonces, el cazador empieza a avanzar. Nunca se prenden las linternas porque la luz espanta a los jabalíes y los pone en aviso, con lo cual al cabo de un rato, inevitablemente, se pierde cualquier tipo de referencia fija sobre el terreno, salvo la noción vaga de que a nuestras espaldas está la ruta que, a medida que pasa el tiempo, va quedando más y más atrás.
Una hora y media o dos horas después, el grupo avanza en la nada, al trote, respirando fuerte. Cada veinte o treinta minutos paran la marcha, hacen silencio y escuchan. Lejísimos, a kilómetros de distancia, ladran los punteros. Ese eco difuso es lo que hay que buscar a tientas. El rastro es engañoso porque el viento trae el ruido en cualquier dirección y le asigna un origen falso en un punto incierto del infinito. Un cazador experimentado sabe interpretarlo, aunque no siempre. Los ladridos indican que los perros ya encontraron un chancho y que están peleando. Van a pelear durante dos, tres, cuatro horas.
Un jabalí macho adulto alcanza los 130 kilos y puede matar fácilmente a un hombre adulto. En la pelea embiste con todo el cuerpo y da giros rápidos sobre su propio eje. Si engancha alguno de sus colmillos que sobresalen de la parte superior o inferior de la boca, puede abrir cualquier cuerpo como si fuese manteca. Un dogo argentino macho adulto puede pesar 55 kilos y también te puede matar fácilmente. Es uno de los perros más versátiles, fuertes, sofisticados y duros que existen. Fue diseñado y criado durante la primera mitad del siglo XX en la Argentina con dos principios: amar a su dueño y pelear hasta matar, o hasta morir.
La pelea entre los dogos y el jabalí es un espectáculo terrible. No existe ningún animal en el mundo capaz de avanzar sobre un enemigo que lo duplica en tamaño una y otra vez con la elegancia y la violencia con la que lo hace un dogo. Después de un largo combate, tanto los perros como el jabalí están reventados, pero el dogo sigue atacando, mientras que el chancho busca correrse un poco para recuperar el aliento y, si se lo permiten, escapar. Muy difícilmente pueda, porque el ataque de los perros es implacable. El dogo muerde al jabalí en donde puede y se le queda prendido para siempre. Preferentemente busca el cuello. Su genética lo condiciona a no soltar, excepto que el bicho lo obligue, revoleándolo por el aire. Mientras pelea, un dogo argentino puede agitar la cola con alegría. Y jamás va a abandonar a la presa.
Recién cuando se junta con sus perros, el cazador está en condiciones de evaluar el panorama. Nunca sabe con qué se puede encontrar. Quizás un padrillo, quizás varios. Ahí suelta a los otros dos dogos que habían quedado en la retaguardia. Hacen de relevo de los punteros que, aunque cansados, no abandonan.
Entre los cuatro combaten hasta que logran sujetar al bicho. Ese rato lo musicalizan los chillidos caóticos y entrecortados de la presa. El jabalí, en este punto, está muy cansado y apenas puede moverse, aunque pelea hasta el final con lo que le queda de fuerza, tratando de zafarse de las mordidas que lo inmovilizan. En ese momento el cazador tiene que montarlo y matarlo. Es un instante crítico porque siempre está la posibilidad de que el chancho se suelte. Si la faena es exitosa, el cazador desenvaina el facón con la sangre goteando hasta el codo.
Una vez muerto, al jabalí se lo corta a la mitad para descartar los órganos que no sirven. Dos acompañantes tienen que cargar los dos costillares hasta la camioneta, que quedó al costado de la ruta, a tres o cuatro horas más de caminata.
Nota con material extraído de El Diario de La Pampa.
Las letras negritas corresponden a un artículo publicado en La Nación que puede hallarse a través de Google.